sábado, 22 de marzo de 2008

Cosechas lo que siembras

Jueves, siete de la mañana, el sol apenas despierta. Grande es mi sorpresa cuando estoy llegando a Sarmiento y Colombia, lugar en el que se encuentra la Embajada de Estados Unidos en la Ciudad de Buenos Aires, y veo que hay una gran fila de gente, en su mayoría jóvenes, esperando su turno para conseguir una ansiada Visa que les permita permanecer en el país del norte por un tiempo.

Bien, yo iba con el mismo objetivo, pero nunca imaginé que fueran tantas las personas que desearan dejar la Argentina en los próximos meses. Primera sorpresa, que no sería la única.

Ocupé el último lugar en la fila que correspondía a mi turno, y sin saberlo me adentré en el sistema Estadounidense y su desenfrenado control.

Antes de llegar a la ventanilla ubicada en la vereda, que es la que permite constatar que tu documentación esté en regla, dos personas empleadas en la embajada pasan controlando tus papeles, para corroborar que efectivamente estén correctos. Por supuesto que los míos estaban en regla, ¿No?
NO. No lo estaban. “esta foto no te la aceptan”, me dijo uno de los muchachitos apuestos y rígidos. Segunda sorpresa, acompañada de incertidumbre.
-¿Pero cómo que no me la aceptan? ¿Por qué?
-Tenés flequillo.
En ese momento pensé, que hay de malo en elegir usar un flequillo o el pelo corto o una pelada, ¿es eso motivo para que no me acepten en USA?
- ¿y con eso qué? Repliqué entonces.
- Se te debe ver la cara entera, la frente las orejas, los ojos, las facciones, las cicatrices, ¡TODO! ¿Entendés? TODO.

OK. Ahora estaba ante un problema. Por lo menos en 20 cuadras a la redonda no había una casa de fotos, y menos a las 7 de la mañana. Entonces, ¿estaba perdida? No. Alguien me derivó a la plaza de enfrente donde sí había alguien levantado y con una cámara de fotos estilo polaroid; un señor gordo, quien descansaba con su humanidad en un banco verde. Me acerqué a él preguntándole por las fotos. Efectivamente era él el encargado de la empresa, así que me recibió allí y me ofreció su oferta, dos fotos 5 por 5 por 20 pesitos. ¡Veinte pesos señor!

Sólo tenía diez para ofrecerle, y luego de rogarle un poco para que me hiciera el favor de cobrármelas más baratas, accedió. Se levantó, me dijo que lo siguiera mientras chancleteaba hasta un árbol. Claro allí tenía el estudio, un banquito de plástico, un fondo blanco colgado de una rama y algunos accesorios como binchas, hebillas y demás, por si quería embellecerme.

Cumplí mi objetivo y me retiré agradeciendo. Al fin y al cabo si no hubiera sido por él, me hubiera vuelto a casa con las manos vacías.

Entonces retomé mi intento de ingresar al edificio. Pasé por la ventanilla, en la que hay que desembolsar una cantidad importante de dinero y formé otra fila, liderada por un policía esta vez.

Cuando este señor de uniforme y gorra me dijo “adelante”, me adentré en otra pequeña oficina repleta de oficiales en la que se debe presentar identificación, dejar las pertenencias que pasan por un detector de no sé qué, pasar yo misma por un detector de metales y otras cosas “peligrosas” y recién luego de eso, caminar unos metros para finalmente acceder al lugar en el que te dan el veredicto.

Por supuesto que antes de entrar a cualquier parte hay uno o dos policías que hacen preguntas y luego dejan que pases si constatan que no estás infiltrado y no eres delincuente.

Allí estaba yo. Dentro de la mismísima embajada, con un pie en territorio estadounidense; Un gran plasma se enaltecía en el centro del lugar, el canal elegido era el de la cadena CNN, en el mismo se proyectaba cada 5 minutos la figura del presidente. Todo un símbolo de patriotismo.

Y bien, tomé asiento, mientras esperaba que uno de los agregados del Cónsul me entrevistara, para dejarme o no, entrar a su país. En ese tiempo veía a varias personas que volvían a casa sin su visa, al parecer no cumplían con el millón de requisitos que ellos consideran que los argentinos debemos cumplir para entrar en su país.

Esta experiencia me daba que pensar. Reflexionaba acerca de los controles, acerca del miedo que se apodera de los norteamericanos, esa paranoia consecuencia del accionar bélico e invasivo del gobierno contra otras naciones.

Debemos cumplir tantos requisitos para entrar en su país mientras ellos pasan sin permiso plantando la bandera del Capitalismo en nuestros hogares, en nuestra sociedad, en nuestra televisión, en nuestra mente, en nuestro bolsillo. Se instalan y viven a costillas nuestras y nosotros no cobramos un peso. Sólo obtenemos los “beneficios” del mercado, la Coca Cola en nuestra mesa y un millón de productos nuevos que nos ponen tan felices y nos obnubilan, haciéndonos creer que tenemos un país mejor.

No hay fronteras para ellos con respecto al resto del mundo, pero cuando es al revés hasta aparece la idea de construir un muro que los aisle del resto.

Finalmente, pienso que son víctimas del mismo miedo y desprecio que sembraron en el mundo, ahora deben vivir así, controlando todo tratando de evitar que algún sospechoso terrorista se cuele por los controles y les vuele el Empire State. Y aún así siguen siendo vulnerables.

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